Hace
ya cuatro meses que me inicié en la nueva aventura de poner un gallinero en mi
campo. Con mucha incertidumbre por ver si sabría hacerlo, tengo que decir que
la experiencia no ha podido ser más gratificante.
A
los que nos gusta la observación de la naturaleza, probar con animales vivos es
algo maravilloso y sorprendente.
Lo
primero es que mentí un poco en cuanto al número de gallinas que quería poner
originalmente. Unos días después de adquirir las Legorn y las rojas ponedoras, cacharreando un poco por Internet intentando informarme, encontré mención a
una gallina, al parecer, autóctona extremeña, y mi orgullo patrio me obligó a
adquirir un par de ellas, no solo por lo bien que hablan de ella sino porque
además se encuentra en riesgo de extinción. Se trata de la azul extremeña
(http://www.lagallinaazul.es/). Esta gallina se depuró como raza autóctona en
la década de los 80, cuando se hizo un catálogo a nivel nacional sobre las
razas españolas. Apareció esta extremeña en algunos cortijos de la zona de la
Serena en la provincia de Badajoz. Contiene un gen que le da el característico
color gris que los criadores llaman azul.
Quedé
asombrado con lo agrestes y camperas que son, además de ser una gallina grande
que pone huevos de tamaño mediano/grande -les he cogido huevos de más de 90
gramos-, introducen un poco de colorido al gallinero.
La
otra raza de la que me informó mi amigo Paco, es la Sussex, y también adquirí
un par. Esta preciosa gallina blanca con algunas plumas grises/negras en las
puntas de las alas y de la cola, y una esclavina entorno al cuello de color
gris oscuro, tiene un tamaño considerable (llegan a pesar cuatro kilos) y fue
criada en el condado de Sussex en Inglaterra con doble propósito. Para
producción de huevos y carne.
Con
estas dos razas nuevas, doy por concluido el tamaño de mi granja avícola, no
por falta de ganas de ampliar el colorido de mi gallinero, sino porque creo que
el superávit de producción de huevos es excesivo –a fecha de hoy llevamos unos
675 huevos alguno de tres yemas, cosa que nunca había visto-, y con estas en el espacio que tienen –2000 metros- en libertad
absoluta van a tener una vida mucho más que digna.
Si
ya me asombra y mucho el comportamiento de estos animales en su interacción con
el ser humano, pues aprenden con mucha facilidad –no como lo podrían hacer
otros animales domésticos del tipo de perros o gatos, pero sí por el método de
prueba/recompensa-, aún me parece más curioso y llamativo el comportamiento que
tienen entre ellas.
La jerarquía la respetan a rajatabla, no sólo aceptando la
autoridad del gallo, sometiéndose a él siempre que las solicita, sino también
respetando el escalafón de las mas viejas, independientemente de que las más
antiguas en el gallinero sean más pequeñas y pacíficas.
No
pasa nada en el gallinero de lo que el gallo no esté informado o se informe en
el momento. Cuando una gallina está poniendo, el cacareo inconfundible del esfuerzo que realiza, es
seguido al instante por el gallo, que esté donde esté, acude apresurado a ver
qué pasa, imitando a la gallina en su cacareo. No queda tranquilo hasta que no
termina la puesta.
En
este corto tiempo, ya han tenido conatos de enclueque, incluso las Legorn,
modificando el sitio de puesta al suelo y agrupando los huevos para el empolle.
Y es que estando en libertad, el instinto les sale de manera natural,
defendiendo su progenie hasta el final.
En
los últimos días hemos tenido altas temperaturas y aun para eso su instinto de
supervivencia prevalece. Buscan lugares sombreados pero ventilados. Escarban en
la arena, bañándose en ella para desparasitarse y mantenerse en el frescor de
la tierra. Erizan sus plumas para que el viento pase entre ellas y la
evaporación del sudor las refresque. Son cazadoras incansables, con unos
reflejos a prueba de Kung-Fu. Las he visto comerse escorpiones como si se
tratara de un espárrago.
Y
podría relatar innumerables actitudes de estos maravillosos animales, a los que
yo, ignorantemente, consideraba vulnerables y absurdos, y que me han demostrado
ser fuertes, adaptables e inteligentes –el instinto de huir es la base de la
supervivencia-. Por algo son unos de los pocos supervivientes de los
dinosaurios.
Así
que cuando te llamen gallina... di: "al menos soy un superviviente".
Por
cierto, los huevos son una delicia.
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