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viernes, 15 de enero de 2016

El gallinero.


Por San Antón la gallina pon. El conocido refrán que nos establece cuál es el mejor momento para montar un gallinero. Resulta que el día de San Antón (San Antonio Abad, monje cristiano ermitaño) se celebra el 17 de enero, y este  año, por fin me he decidido a ponerlo.
Pero en este mi gallinero no podréis buscar lujos ni refinamientos porque lo he confeccionado con restos de trastos viejos y cacharros casi de estercolero (ya sabéis, soy el rey del reciclaje, y primo de Diógenes). El objetivo era limpiar un poco la parcela de chismes, y de paso que las gallinas me limpiaran el olivar de hierba, que ya me come por los pies.
Si además conseguimos buenos huevos ecológicos y algo de carne... pues mejor que mejor. Para empezar, el número de gallinas. No quiero más de media docena y un gallo para que las defienda.... ejemm. Así que con un trozo de uralita (eso sí, de las que no contienen amianto), unos hierros, unas sillas viejas y unas cajas de fruta les montaremos un pequeño alojamiento. Lo único que hemos comprado son el comedero y los bebederos.
El objetivo es que vivan lo más libres posible en la parcela que tiene casi 2000 metros. Un lujo para 7 bichos a los que tendremos que enseñar a que fijen su residencia de puesta en el cacho de sombrajo que le hemos hecho.

Tres sillas, a las que les he cortado los respaldos, clavadas al suelo, y sobre ellas unas cajas de fruta con un trozo de césped artificial para que intenten poner los huevos, aunque me temo que con las variedades que he escogido, posiblemente los pongan por ahí en cualquier lado, creo que será suficiente.
Los bebederos son automáticos. Cuando van a beber, casi sin querer accionan la barrita metálica que deja pasar el agua. Este sistema evita que al escarbar las gallinas ensucien toda el agua. Un depósito de ocho litros les proporcionará autonomía de al menos una semana.
También les hemos colocado unos palos para la dormida. Y por lo demás estarán casi al descubierto porque creo que aquí en Extremadura el problema de las gallinas no es el frío, sino más bien el calor, así que cuanto más ventilación tenga el gallinero, mejor.
Como es una nueva aventura para mí  esto de los animalitos, y no sé cómo va a resultar, tampoco he querido hacer mucha inversión en ellas. Aunque si todo va bien, quizá más adelante les construya un gallinero como Dios manda.
Las variedades que he elegido son la “roja ponedora” y la “leghorn blanca”. Que ¿por qué?, pues no lo sé muy bien. Quizá porque son las más fáciles de criar y dan la mayor producción de huevos, pero en realidad cada una tiene su personalidad y características.
La roja ponedora es muy dócil. Es una variedad conseguida a base de depurar otras razas. Este animal  es capaz de poner alrededor de unos 320 huevos marrones de más de 60 gramos, el primer año. También es buena para carne, con un peso de 2,2 Kg. y cría con facilidad.
Sin embargo la leghorn es una raza más agreste, creada en Estados Unidos por depuración de las que importaron en 1835 de Italia. Es más nerviosa y le gusta vivir en libertad tanto que es capaz de dormir a la intemperie o encima de algún árbol, incluso bajo la lluvia. No tiene instinto maternal y por ello no se pone clueca, con lo que no deja de poner en toda su vida fértil. Más ligera que la roja, puede poner 300 huevos blancos de entre 55 y 63 gramos.
El gallo lo hemos cogido de la variedad leghorn porque de esa manera, si alguna vez me crían pollitos, que salgan de una variedad pura o lo más pura posible. El gallo es un espectáculo verlo pavonearse delante de las gallinas. Se lo va a pasar de lujo...
El coste total ha sido de unos 75 €, contando con lo que valen los animales, el comedero, bebedero y una comida de aporte de grano de trigo, maíz y cebada, con el que seguramente tengan para unos tres meses. Sostenible si producen suficientes huevos para no tener que comprar en todo el año.