Por
San Antón la gallina pon. El
conocido refrán que nos establece cuál es el mejor momento para montar un
gallinero. Resulta que el día de San Antón (San Antonio Abad, monje cristiano
ermitaño) se celebra el 17 de enero, y este
año, por fin me he decidido a ponerlo.
Pero
en este mi gallinero no podréis buscar lujos ni refinamientos porque lo he
confeccionado con restos de trastos viejos y cacharros casi de estercolero (ya
sabéis, soy el rey del reciclaje, y primo de Diógenes). El objetivo era limpiar
un poco la parcela de chismes, y de paso que las gallinas me limpiaran el
olivar de hierba, que ya me come por los pies.
Si
además conseguimos buenos huevos ecológicos y algo de carne... pues mejor que
mejor. Para empezar, el número de gallinas. No quiero más de media docena y un
gallo para que las defienda.... ejemm. Así que con un trozo de uralita (eso sí,
de las que no contienen amianto), unos hierros, unas sillas viejas y unas cajas
de fruta les montaremos un pequeño alojamiento. Lo único que hemos comprado son
el comedero y los bebederos.
El
objetivo es que vivan lo más libres posible en la parcela que tiene casi 2000
metros. Un lujo para 7 bichos a los que tendremos que enseñar a que fijen su
residencia de puesta en el cacho de sombrajo que le hemos hecho.
Tres
sillas, a las que les he cortado los respaldos, clavadas al suelo, y sobre
ellas unas cajas de fruta con un trozo de césped artificial para que intenten
poner los huevos, aunque me temo que con las variedades que he escogido,
posiblemente los pongan por ahí en cualquier lado, creo que será suficiente.
Los
bebederos son automáticos. Cuando van a beber, casi sin querer accionan la
barrita metálica que deja pasar el agua. Este sistema evita que al escarbar las
gallinas ensucien toda el agua. Un depósito de ocho litros les proporcionará
autonomía de al menos una semana.
También
les hemos colocado unos palos para la dormida. Y por lo demás estarán casi al
descubierto porque creo que aquí en Extremadura el problema de las gallinas no
es el frío, sino más bien el calor, así que cuanto más ventilación tenga el
gallinero, mejor.
Como
es una nueva aventura para mí esto de
los animalitos, y no sé cómo va a resultar, tampoco he querido hacer mucha
inversión en ellas. Aunque si todo va bien, quizá más adelante les construya un
gallinero como Dios manda.
Las
variedades que he elegido son la “roja ponedora” y la “leghorn
blanca”. Que ¿por qué?, pues no lo sé muy bien. Quizá porque son las más
fáciles de criar y dan la mayor producción de huevos, pero en realidad cada una
tiene su personalidad y características.
La
roja ponedora es muy dócil. Es una variedad conseguida a base de depurar otras
razas. Este animal es capaz de poner alrededor de unos 320
huevos marrones de más de 60 gramos, el primer año. También es buena para
carne, con un peso de 2,2 Kg. y cría con facilidad.
Sin
embargo la leghorn es una raza más agreste, creada en Estados Unidos por
depuración de las que importaron en 1835 de Italia. Es más nerviosa y le gusta
vivir en libertad tanto que es capaz de dormir a la intemperie o encima de
algún árbol, incluso bajo la lluvia. No tiene instinto maternal y por ello no
se pone clueca, con lo que no deja de poner en toda su vida fértil. Más ligera
que la roja, puede poner 300 huevos blancos de entre 55 y 63 gramos.
El
gallo lo hemos cogido de la variedad leghorn porque de esa manera, si alguna
vez me crían pollitos, que salgan de una variedad pura o lo más pura posible.
El gallo es un espectáculo verlo pavonearse delante de las gallinas. Se lo va a
pasar de lujo...
El
coste total ha sido de unos 75 €, contando con lo que valen los animales, el
comedero, bebedero y una comida de aporte de grano de trigo, maíz y cebada, con
el que seguramente tengan para unos tres meses. Sostenible si producen
suficientes huevos para no tener que comprar en todo el año.