El año
pasado, una amiga de mi esposa le regaló unas semillas de una planta que
producía esponjas naturales, junto con un trozo de esponja que más bien parecía
un estropajo suave. Las semillas eran negras y parecían pipas de sandía, así
que busqué un sitio en el arriate y las sembré al lado de los rosales, y como
no tenía ni idea de la época de siembra, decidí esperar a la primavera, aunque
tengo que decir que se me pasó un poco la fecha y no las puse hasta junio.
El
inicio de la planta me pareció una mata de pepinos, pero enseguida empezó a
trepar por todo lo que encontraba y lo más cercano que tenía era el rosal. Poco
a poco fue colonizándolo al completo, siendo más visible la planta que el
propio rosal.
Rápidamente,
y por el tipo de flores –de un color amarillo intenso-, me di cuenta de que era
una cucurbitácea, con unas flores con un claro dimorfismo. Las masculinas muy
pequeñas y en racimo y las femeninas casi como la flor de un hibisco.
Tardó
en fecundar alguna femenina, creo que porque las masculinas son menos numerosas
o se caen antes, pero al final, sobre agosto, empezamos a ver flores
fecundadas, con el tallo engrosado, con un aspecto muy parecido a un calabacín,
sólo que en esta planta aparecen entremezclado en el entramado de enredadera.
Aparentemente
la piel verde del fruto es débil, de hecho se roza con cualquier rama,
produciendo una herida que en pocos días cicatriza dejando una marca seca.
A
finales de septiembre empezaron a secarse las matas, y por tanto, también los
calabacines luffa. Recolectamos y almacenamos en un lugar oscuro y seco para
permitir que se deshidrataran completamente.
En diciembre ya se pueden ver
completamente secos. No pesan nada y si los agitas puedes escuchar las semillas
como un sonajero.
La piel
se ha convertido en una corteza crujiente que se desprende como la cáscara de
un huevo, dejando ver un entramado de fibras con tres agujeros longitudinales
donde se desarrollaron las semillas.
Sacudiendo
simplemente lo que ya se ve claramente como una esponja, salen las semillas sin
ninguna dificultad. Las reservamos para posibles nuevas siembras.
Cortamos
las esponjas con distintos tamaños y formas, desde cortes longitudinales hasta
cortes a la mitad, adaptando la forma a nuestros gustos. Posteriormente,
hervimos las esponjas en agua con un chorro de legía para desinfectarlas, y
dejamos secar antes de almacenarlas.
Son
exfoliantes de las células muertas en la ducha y duran bastante para tratarse
de una esponja natural. Activa la circulación sanguínea, no deja residuos en la
piel y no daña el medio ambiente. Es además un relajante muscular, tonificando
la piel y previniendo el acné. También se puede usar como estropajo de cocina,
para fregar vajilla delicada, ya que no raya las superficies y sobre todo, es
ecológica.